[Carta desde el andén] 13-07-21

Atte. Colores:

Te escribo para que sepas que estoy en la estación de retiro. En relación a nuestras últimas conversaciones, hice lo que me aconsejabas. Pareciera que no tiene nada que ver pero la acción compulsiva de revisar entre mis cosas me llevó a encontrar nuevamente el cuaderno. La humedad lo dejó hecho percha. Las hojas se despegaron del lomo y algunos recuerdos consiguen la libertad mediante el oportunismo proveído por las ráfagas de viento del Río de La Plata.

Aprovecho este momento de espera hasta que llegue el larga distancia para consignarte a la prisión del papel. Por más que me mueva, sigo con esa fijeza propia al movimiento relativo del entorno. En esos momentos clave, dónde el rocío me despeja del vuelo del porro, cierro los ojos y aprovecho para descansar del insomnio. En qué cosa fundamental se convierte aprovechar el presente cuando estás sólo en la parada. Vengo de varias noches en el futuro. Noches de tanta incertidumbre que cuesta determinar dónde acaba la cama y comienza el suelo; en las que la expectativa de un arranque maníaco es la última esperanza de mantenerse sentado sin acercarse a los bordes.

Te escribo desde lo más profundo de la cacofonía de las mil voces que habitan en mi garganta arenosa. La misma que supo despertarte alguna mañana de otoño para avisarte que el café estaba listo. Porque siempre fui elocuente para sostener una posición aunque antes nunca lo haya sido. Perdón, estaba probando ver cómo se sentía tirar la casa por seguir una corazonada. De vez en cuando te extraño desnuda, con la pierna marcada y mi cabeza hundida saboreando que todavía estás. Tu magnífica forma de estar.

Todas las noches, cuando los fantasmas se van asustados del sol y consigo dormitar un par de horas entre el ruido de los colectiveros ortibas, sueño que cambié las sábanas y me olvidé de vos. Que ya no experimento la conexión cada vez que me pensas y que el pedacito que dejé con vos también se va de viaje.

Me alejo porque pensé en lo que estuvimos hablando y te hice caso. Da la casualidad que mientras que armaba el bolso tuve que dar con el cuaderno y me invitó a despedirme como se debe. Ahora que ya fue todo, que me pude enseñar sobre esos vicios de levantar la pata del pedal y estirar el cuello, voy a ver si puedo dormir un poco en el viaje.

Como siempre, un gusto.
Horacio Acevedo.

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