[Tratado sobre la sincronicidad] 29-01-21

Se desperezó con los brazos en alto, como si hubiese ganado algo. Esa sensación de plenitud que había sentido tan pocas veces en la vida. Recordaba hace algunos años atrás, cuando todavía las rodillas no le dolían al doblarse, ni la cintura era el bodoque de escombros que era ahora. Se cuestionaba la épica de lo pasado, pero era obvio, tampoco podía fantasear con un futuro que todavía no existía habiendo tantas posibilidades.

En ese momento tenía unos 27 años, estaba sólo en el departamento de la calle Sinclair a punto de explotar algún delivery con un pedido egoísta; cositas del capitalismo tardío. Pensó que por ahí era mucho, ya había pedido delivery ayer y se sentía esa culpita de estar haciéndole mal al cuerpo. Miraba el techo con la cabeza apoyada sobre el respaldo de la silla de madera con una incomodidad motivante mientras pensaba en las vueltas locas de la vida.

***

Mientras bajaba por la escalera contaba los días, venía de una semana entera de estar enclaustrado y por primera vez había decidido salir a la calle a ver cómo se sentía el aire de la ciudad. A la entrada del chino (porque el hambre no se iba sólo y había que comprar algo para la merienda) se colgó mirando el agua que salía de algún edificio arrastrando unas hojitas por el espacio entre la calle y el cordón.

Era una pequeña viñeta del entramado del mundo. La cantidad de cosas que debían haber sucedido para que esa hoja sea presa de su atención. Había una conexión en el sistema, un entrelazado de fenómenos invisibles que hicieron de la necesidad una circunstancia para encontrarse parado. Se sintió confidente del devenir, como si supiese una verdad absoluta pero incomprensible, como cuando uno ve un cuadro abstracto y tiene una percepción completa pero sesgada.


Subió corriendo, la salida había durado poco pero había valido mucho. Tenía que escribir sobre esto. Cerró las notas para el diario que yacían en stand by en el escritorio y abrió un bloc de notas nuevo.

Quisiera que algo te marque a fuego. Todavía encuentro recovecos en la espera para la desesperación. Esos momentos donde el entramado aprieta y me escurre para que suelte sentidos y conecte con el punto de fuga. Es que todo está tan organizado que desconfío de las formas en pos de una vuelta de rosca extra. Existe una suerte de magia intermitente que se emputece fuerte para que las cosas sorprendan y sólo pido que si alguna vez se rompe esto, que me saquen todo menos la capacidad de sorprenderme. La presencia se convierte en eso que dicen todos, un sedante, o heroína. Ahí, en el mambo, me debato sobre lo imprescindible de entender, a ver qué tanto se puede vivir en un limbo de entendimiento. O si existen otras maneras de ser-ahí sin el precioso don de la concatenación de recuerdos. Disculpá si a veces no se entiende lo que digo. Es que estoy en una que tendrías que vivirla para entenderla. Soy un racimo de nervios y la piel del estanque. Porque entre las cosas que aprendí están los skills para hacer la plancha en el huracán y correr atrás del queso. Soy como un bichito curioso y proceso las cosas re rápido. Casi que te sorprenderías de los universos que visito mientras estoy haciendo la cama o preparando el mate. Estoy en mi búsqueda y no sabés lo lindo que es tener alguien a quien contarle las epopeyas cotidianas. Sé que no sos vos, pero es tan lindo que a veces casi pareciera que sí. Me afloja una banda los hombros no tener que cargar con esto.
Espero que no te sea para tanto, es que parecés tan liviana…

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