Por ahí no te acordás porque estabas dormida, pero mientras amansaba el matambre para hacer el desmechado flashaba futuros dónde te despertaba y sonreias. De la misma forma que lo hiciste, con los ojos entrecerrados y todos los dientes.
Estabas aniquilada de andá a saber qué aventuras. Siempre fuiste de levantarte temprano y yo de perder la cabeza con la alarma cuando la luna amaina. Sin embargo nos aguantamos. Siempre a destiempo pero con la seguridad de que cada uno a su manera tenía razón. Casi como una pulseada china. Casi que seguro que lo estás negando. Porque tengo la costumbre de la idoneidad que no me conviene a costo de pasarla feo.
Mientras vos le rezas a falsos dioses y extrañas trozos de marmol, yo te extraño y te siento cada vez que pasas por la esquina, como si tuviese un GPS rabioso, como si algo adentro mío estuviese fijado a tu campo electromagnético.
Qué te puedo contar de las ganas de seguir adelante si no son más que papel maché mojado. Un envite constante a perder las formas, el optimismo, a tirarme de cabeza de nuevo en los mismos impulsos. Pero no quiero joder aunque no sé si jodo o vos también querés cabecear de nuevo.
A esta altura no tengo muelas de tanto bruxar, las bolsas en los ojos me recuerdan en cada foto que alquilo en el terreno de la duda, con esa sensación de mierda de tener un filo en la frente y a mis espaldas. Porque dormir se me complica cuando habito en la duda, en la extrañeza, en la mezquindad de tomar decisiones que creo correctas aunque cuando las pienso tienen sabor a masoquismo.
De vez en cuando saco la cabeza a tomar aire, la ciudad fluye alrededor mío y soy libre. Visito los lugares como un turista y canto y me sorprendo y quiero darrme vuelta y compartirte.
Por ahí no te acordás porque seguías dormida, pero cuando te desperté con la bandeja de pastel en la mano sentí que estaba en el lugar correcto. No sé qué pasó después que nunca nos repetimos, pero te juro que me daría un atracón de vos.