
Hubo como una especie de momento en parque Las Heras donde todo se quedó quieto. En la noche abierta, entre el quilombo de las avenidas, sentí la primera gota que anunciaba una tormenta. Me apuntó a la frente y le dio un seco que me hizo temblar hasta los huesos. El cráneo se hundió bajo el peso mojado del proyectil. La piel hirviendo por la presión de la gota se contrajo como un diamante.
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