Se ajustó la corbata con un movimiento que copió de una película. Le gustaba la sensación de tener algo en qué apoyarse. Una narrativa omnipotente como el pop que aunase narrativas pequeñas. La sonrisa no tenía nada que ver con el resto. A través de los gestos se escapaba, salvaje, la potencia del sol.
Mientras que escribía podía notar el hechizo haciendo efecto en el mundo. A medida que era rasgado sobre el papel, el universo cambiaba a su alrededor. A modo de input al algoritmo escribió en una hoja analógica para que lo escuche el entramado. Jugueteó con la idea mentalmente. Revisó los libros que había leído en la adolescencia, tirado en la cama, soñando que se hacía su voluntad. Las pilas infinitas de textos y las discusiones metafísicas sobre alquimia, vacío y deseo. Las relecturas de Agrippa, buscando un ancla de verdad.
Crowley, Levy, Pessoa.
Azufre, Estaño y Oro.
Merlín, Blake, Lovecraft.
Hierro, Mercurio y Cobre.
Trimegisto, Paracelso y Borges.
Antimonio, Carne y Sal.
El hecho creativo por el cual todo existe donde nada hubo. Los treinta y tres actos de humildad que hacen al hombre grande y libre. El despojarse de lo conocido para aceptar la ignorancia. Repetir una y una y una y otra vez el mismo cuento hasta que se convierta en mantra, hasta que pierda el sentido para convertirse en intención, en canción popular, en rezo silencioso, en orden inmediata, energía.
Ataja al aire con la punta de la pluma para sostenerse de eso que hace a la realidad y con fuerza decisiva imprime en la celulosa una búsqueda compartida con otros anteriores.
Es de lo que está hecha la corteza y sus pies se enraízan en el suelo del departamento.
Raya con la mirada entornada hacia sus adentros, vehemente e intoxicado del mal que recorre y expele el volutas de cigarrillo.
Es de lo que está hecha la llama y su piel hierve supurante de humos venenosos.
Se afirma sobre la mesa de metal y el mundo gira consigo mismo. Llora impotente de que su sangre haga torrente en las cavidades.
Es de lo que está hecho el fondo del océano y su voz es negra y profunda como la sombra del trueno.
Cae hacia arriba, dejándose llevar por el devenir del tiempo. Le duele la cabeza y su consciencia está compuesta de infinitos discursos con el nombre de las cosas.
Es de lo que está hecho el viento, es infinito, recorre al mismo tiempo cada rincón del mundo llevando y trayendo alegorías y metáforas.
Sostiene entre sus dedos la vara, señalando las flores.
Bebe de la copa, impúdico de los desnudos del sueño.
Corta el hilo con su cuchillo de letras, narra y anuda. Brilla con doble faz.
Conjura algunos gruñidos redondos y brillantes con fuego en la lengua.
Ahora, abraza su destino.