Horacio extendió su brazo, tomó con decisión el peón ubicado en B6, a dos casillas del final del tablero y lo movió hacia adelante. En ese movimiento el tiempo se detuvo.
De fondo podía escuchar el sonido de la batalla que la caballería, que le cubría los pasos, mantenía con la infantería enemiga. Desde los costados cortaban el aire las flechas de la defensa del coto de caza. En pocos minutos más estaría frente a las puertas del refugio y podría acabar con esta guerra inútil. Todo por volver a las barracas, a descansar y beber con los sobrevivientes. Confiado avanzó armado de una fierro con filo. Se encontró al alcance de fuego de la custodia del Rey.
No hay nada peor
a que te bajen la persiana,
así, con el corazón en una mano
y un manojo de ilusiones en la otra
Me vuelvo loco, posta, por estar ahí
colgado de la mesita de luz,
idiota, de sueños de ser
al que le decís que sí
No hay dudas.
Me siento más fuerte
me juro, con el pecho resiliente
me dejaste atajando mil mariposas
Qué fuerte que pegó, de canto al suelo,
el subi-baja obsceno de verte bailar
quizá no sea nada todo esto
quizá soy un poco yo
Ausente y febril,
te escribo desde la coyuntura
de las sonrisas negativas. Desde el pasto,
Tirado de coté, masticando brasas. Vomitando orgullo.
Mano a mano, el peón y el rey, con la confianza del caballo a sus espaldas, definiendo la partida en un jaque contra las cuerdas. No vaya a ser cosa que la pierda por bueno.