[Agent Orange] 30-1-19

Cambié la letra. Sentía que estaba vieja, que ya no servía.
Cuando escribo me relajo para que el estómago empuje
y así sacar lo más visceral, lo que se esconde, lo vil,
aquello que me avergüenza, que me hace peor persona
También escribo al tonto, al extraviado, sensación de no ser,
a la disgregación constante, a lo que me enseñaron de chico.

Busco lo coloquial entre mil tetas, frases y sonidos.
Ando desnudo por la calle, cargando la carne a cuesta
perteneciendo a un ahora constante, a la locura romantizada,
gritando al Subte para que pase a las cuatro y veinte
Por la tarde hablo solo, me tranquiliza mi voz, es rebelde.
Me rehúso a que me aten a una piedra en el fondo del río.

No hay recetas mágicas, pero hay mística en el deseo
para que las cosas sean reales y productivas, constantes.
¿Te diste cuenta del negocio del sistema de creencias?
Cada vez que me enredo en mí, me sacudo para ordenarme,
enciendo un cigarro que tendría que haber dejado y salto
para elevarme sobre las nubes como un ave, libre de peso.

No te deseo nada más que el dolor de aprender sintiendo.
A mí se me presenta agridulce con un retrogusto a miel,
a libro viejo, a experiencia, a primer salto en paracaídas,
a caja de arena de jardín, a regalo sincero, no hay otra forma.
Si supiese las cosas que voy a saber en un par de años
nadaría en el mar de la simpleza, le guiñaría un ojo al sol.

Pero me toca escribirme en código, complicado como lunes,
haciendo autobombo de mi capacidad para esquivar el vacío,
feliz de estar parado, liviano como la conciencia del campo
Quiero ser eterno, tomar chocolate de la jarra, reír a carcajadas
agarrarte de la mano y rodar como la luna por la avenida Callao
esquivando los pozos, porteño compadrito, estúpido de amor.

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