[De la vez que conocí a la muerte] 5-2-20

Tengo que contarte algo, no dormí noches enteras por esto. Tranqui, no es nada que te incluya, es que si no lo cuento me voy a volver loco.

Fue en el año 2012, mientras estaba terminando la carrera. Una noche que salí después de hora de la facultad me encontré a la muerte en la parada de colectivo. Una sensación de mierda se me anidó en el pecho en el mismísimo momento que me dijo quién era.

En esa época estaba preparando materias para los finales y aprovechaba para quedarme en la facultad hasta que cierre, así podía leer sin distracciones. Generalmente salía de la facu con un grupo de amigos con los que cursaba, pero como esta vez era el único que tenía que rendir, me tocaba volver solo. Bueno, no importa, la cuestión es que ese día salí tarde y me había fumado el ultimo camello antes de entrar a cursar. No tenía a nadie para manguear un pucho y el kiosco cerraba justo a la hora de salida del común de los estudiantes. Así que me resigné a tomar el bondi con toda la manija del universo.

Llegué a la parada del 41 y ya no había nadie. Ésta estaba en una esquina de mierda entre una avenida mega-transitada y una calle oscura hiper-turbia. Esperé tranquilo unos minutos sin señales del bondi hasta que me perdí pensando en que no estaba seguro de llegar con lo que tenía que estudiar. Me había anotado en 4 materias de confiado, esperando que el tiempo y la guita me banquen. Claramente no pasó como esperaba. El tiempo había clavado un v8 turbo-propulsado y pasó a los gomazos, mientras la guita volaba porque Clara no agarraba ningún evento copado que le permitiese aportar al gasto común. Recuerdo que rápidamente revisé cómo se había ido al carajo la relación que tenía con mi novia. Qué momento existencial shady. Pasamos de ser la promesa, a ser el desastre del año. Me empecé a apagar fuerte hasta que sentí olor a quemado. Había una persona atrás mío fumando un pucho. Lo miré de arriba a abajo medio extrañado. En ningún momento lo escuché llegar.

En seguida, me preguntó si quería un cigarro. Se ve que me colgué mirándolo o sabía leer la mente. Una de dos. Muy boludo le acepté uno. Me decanté por creer en la primera posibilidad. Al toque que le agradecí hice un comentario friendly haciendo referencia a que el bondi no venía más ya que le vi cara conocida. Al paso, le pregunté si estudiaba en la facu. Por ahí era un compañero que la había quedado tarde. Muy de chabón de pueblo eso de hablar con desconocido en las paradas de los bondis. Me dijo que no era así, que si bien había terminado la carrera, había sido hacía varios años.

Me confió que andaba por el barrio porque había tenido que visitar a un abuelo con el que acostumbraba jugar al ajedrez en la plaza Boedo. No podía ni puedo decir cuantos años tenía a la vista, era raro. Cada bocanada de humo parecía rejuvenecerlo.

Ahí nomás nos pusimos a charlar de boludeces y agarré confianza enseguida. Hablar con el tipo era como ser huésped de un anfitrión de conversaciones. Un anfitrión ávido por mostrarme infinitas habitaciones interesantes. Al rato frenamos y miré el reloj, habían pasado 15 minutos en lo que parecieron 2 horas. Recuerdo que me puse contento porque siempre se agradecen las buenas charlas y ya me había resignado a hacer el recorrido del 41 en silencio. Le conté que quería estudiar cómo percibía la gente la realidad, que era periodista pero no me hallaba mucho en lo que hacía, prefería escribir. Contento expresó que disfrutaba su trabajo. Era visitador pero aprovechaba su tiempo libre para conocer las historias de las personas que se cruzaba cuando viajaba. Entonces, cuando podía, sacaba charla random a gente random y a cambio les ofrecía un regalo. Yo me reí. Me pareció simpático el pasatiempo y no pude evitar la curiosidad de saber si el regalo era perder los órganos.

En eso, se asomó el 41 por el horizonte de la esquina y lo paré ansioso. Estaba contento por tener compañero de viaje aunque tenía miedo que elija sentarse solo por no ser lo suficientemente random. Instantaneamente ideé un plan. Lo dejé pasar primero para, una vez sentado, sentarme al lado (A veces creo que soy Napoleón Bonaparte). Si, ya se, re burdo, pero así es la vida. En seguida caí en que había hecho una boludez, porque ni bien pagué me estaba esperando para que me siente del lado la ventana en los asientos cómodos. Esos donde los altos podemos estirar las piernas. No me había dado cuenta lo alto que era, envuelto en las luces del colectivo, parecía de 1.90. Viajamos charlando entretenidos hasta que Llegamos a ese nivel de conexión donde cada uno mostraba emoción al estar de acuerdo en todos los punto de vista de la conversación.

Cuando estaba a unas cuadras de bajarme le pedí el número. Parecía todo enamorado. Me dijo que, lamentablemente, no tenía, pero a cambio me ofreció un detalle que se me había pasado hasta el momento. Me dijo que era La Muerte. Sí, ni lento ni perezoso, con el bondi 3/4 vacío, me lo tiró en la cara. La gente no pareció escucharlo. Se sintió un susurro firme, como si me hubiese hablado al oído pero a un metro y medio de distancia. No pude no creerle. Más allá de lo absurdo de la situación, sentía una lógica irrefutable en la confesión. Era La Muerte. En respuesta asentí sin dudar. Sonrió. La sonrisa más perfecta que había visto en mi vida. Al toque se me hizo un agujero en el pecho. Te juro que todavía siento, como la primera vez, ese sello indeleble.

Me preguntó si quería saber cuándo iba a morir. No me reí, No daba. Sentí la pregunta como una recompensa por haber sido un buen compañero de viaje y se me llenaron los ojos de lágrimas. Ahí si dudé, pero con la certeza que iba a decir que sí. Es una sensación re pelotuda. Es como que te gane la ansiedad por saber cómo termina la película mientras estás comprando los pochoclos en la entrada del cine. Como si fuese una especie de placer morboso que sabes que te va a cagar la existencia porque, a pesar de todo, sabía quién era el que me lo preguntaba y de lo que era capaz.

A ver, uno no se pierde la posibilidad de conocer los secretos de la parca. Por ahí unos años después quise volver sobre los recuerdos para dudar de la veracidad de su identidad, pero no había lugar a duda.

Le dije que sí.

La fecha que me dijo fue el 4 de febrero del 2020 y viví cada segundo posterior a conciencia de que tarde o temprano llegaría el día.

Por eso te cuento esto: El tiempo pasó y hoy es 5.

Realmente no entiendo nada, aún así creo que estos años fueron el hermoso regalo.

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