[Interludio Narrativo] 05-03-20

Escuchalo y fijate que pasa al final…

Descansó la mirada al costado, en un punto imaginario entre el tarro de café y el aullante vacío cósimco.

¿Había algo entre escrito y escrito? ¿O era una cuestión de cerrar todo y acurrucarse entre los abrigos del ropero hasta la próxima sesión?

Presionó una pelotita antiestrés que le había regalado un ex-suegro psiquiatra, esperando que surta efecto. Era una descarga poco fiable, casi un efecto placebo chino. Con un movimiento pesado la tiró contra la pared que estaba detrás del escritorio. La pelota rebotó hacia un costado cuando dió con el canto del reloj. Sonrió. Bajó la mirada y empezó a enrollarse un cigarrillo.

¿Y si hubiese algo invisible escuchando mis pensamientos? Un espectador paralelo, por ejemplo.

Reflexionó durante unos segundos con el cigarro a medio armar y continuó con la tarea.

Agarro papel, le pongo un filtro por la izquierda (Siempre lo armaba al revés porque sentía que después era más facil presionar el tabaco a la hora de enrrollarlo que, su contraparte, el filtro), con la mano derecha agarro un montoncito de tabaco y lo tiro encima del papel, apreto el filtro con papel y todo, empujo hacia adelante, le paso la lengua y listo. Dispuesto a la incineración por placer.

¿Cuantas veces lo había hecho ya? ¿Unas 10000? No, más. Fumaba desde muy pequeño… aunque, sin embargo, había empezado a rolar a los 20. ¿Unas 25000?

Desistió de la cuenta cuando sintió la culpa del otro lado de la puerta de entrada y buscó al gato. Los egipcios, hace 3000 años, creían que los gatos eran los guardianes de los muertos en su viaje al inframundo. El inframundo de la culpa. Se regocijó por la asociación. Serviría para otro escrito.

El ropero estaba a unos pasos de la cama, justo detrás de él. Entre las rendijas no había espacio, estaba repleto de ropa suya. Definitivamente esto de estar solo lo estaba ayudando. No entendía cómo pero, aún existiendo esa gente que conocía y con la que a veces se abrazaba después de coger, la percepción de estar solo permanecía. Revisó entre los bolsillos de la conciencia por un poco de autocompasión pero lamentablemente no quedaba. Se iba a tener que conformar con la adusta aceptación berreta de la situación, ese sentimiento desabrido que aparece cuando nos encontramos con la normalidad. Eso era la calma, eso le generaba la calma. Se sintió un idiota esquivando la calma solo porque llevaba peluca y sobretodo.

¿Cuanto pasaría de nuevo hasta el próximo momento manija?

Eran los momentos donde más productivo se sentía. No por una cuestión de que lo sea, si no por mera percepción. Sin embargo, a partir de esos momentos podía poner en rumbo la nave. Ordenaba la casa, editaba los artículos del part-time, iba de compras, arreglaba un caño y saludaba al vecino sin pensar siquiera en ninguna boludez fenomenológica. 100% efectividad, o le devolvemos su impotencia.

Estaba solo y se permitía pensar en la cantidad de cosas con ángulos rectos que ocupaban el campo de visión. Un pensamiento que lo convertía en el alma de la fiesta personal. Amaba los ángulos rectos. Le parecía increíble que la naturaleza haya encontrado una configuración tan sutil como para que exista un hombre que desarrolle herramientas para definir ángulos rectos. Y voilá. La geometría. Los ángulos perfectamente rectos.

Esto de divagar… Qué placer poder pensar en todo y, a la vez, en nada. Dejarse llevar por una linea de pensamientos sospechosamente inconexos. Pero ahí estaba, la linealidad subyacente a la realidad que le da sentido a las narrativas. Absolutamente todo está conectado por pequeñas líneas de intencionalidad. ¡Qué gran descubrimiento! Ahora podría descansar jugando un solitario. ¡Ja! La onironía de nuevo. Al menos tenía un punto. Un punto imaginario entre el tarro de café y el aullante vacío cósmico.

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