Son las 2:38 de la madrugada. Hace una hora y media me desperté porque el calor sumado a la dieta de los últimos días no me dejaron seguir durmiendo. Me levanté con la idea de jugar un rato y hacer tiempo hasta que me agarre sueño de nuevo. Cosa que no pasó. Me puse a pensar.
Por lo general es una actividad que hago acompañado de café y música instrumental, porque siento que el primero me agiliza y la segunda me da un ritmo.
Hace un par de meses que vengo pensando en tópicos: El entre (ese espacio que existe “entre” algo y algo), los espacios (ser en un lugar, habitar espacios), el tiempo (siempre constante, como una sombra), lo ominoso (aquello tan grande que es innombrable y lo podes encontrar en el cielo abierto, en un pasillo de hospital, en el discurso de la víctima) o la verdad (y las vertientes posmodernas de moda).
Me pasa que, por lo general, me paro determinante frente al tópico y me surge la idea. Se me presenta y le entro a dar rosca hasta que creo llegar a un pensamiento lindo sobre el tema, no porque sea algo bello, si no que sea algo que me haga sentir orgulloso y aprovechado. Muchas veces están lejísimos de ser conclusivos. Son como descansos en una escalera larga donde me paro a respirar. A veces me pasa que me angustio, otras me río; no tanto por el pensamiento en sí, si no más por mi estado de ánimo en el momento.
Siempre, y totalizo a riesgo de equivocarme, siento vergüenza fuerte de comunicar lo que pienso. Cuando hacemos algo, se vuelve objetivo directo de las inseguridades. Porque no sé quién se va a frenar a leer. Esto es un poco ese ejercicio también. Escribo para mí, obvio. Pero no caigo en el egocentrismo, sé que hay alguien ahí que lee. Es algo que me da terror. La interpretación del otro.
Por otro lado, tengo un baúl de conceptos lindos para dibujar el cagazo. Porque siempre viene bien tirar una cita para darle veracidad a lo que digo, sacar un concepto del baúl para esconderme atrás del sentido que le encuentre el lector, alguna vuelta interesante para reforzar. Me quedo con una sensación de vacío, de rompecabezas a medio armar pero que muestra un punto.
Ni hablar de la técnica, no la tengo. Leí varias veces sobre cómo hacían escritores leídos (Lo del renombre me chupa un huevo, nadie leyó a Marx) para escribir algo y juro que entiendo que tarden 10 años en escribir un libro. No me enorgullece, pero si no puedo sacar un texto de un tirón me siento un pelotudo. Hasta hace 5 meses no revisaba lo que escribía por mi segundo gran temor: Mi opinión. Esa sensación de extrañeza al leerte es despersonalizadora. Es revolver mierda de la buena. Pero también es cuidar tus hijos y un poco reconocer lo verde que estas constantemente por más que creas que te las sabés todas.
Me acuerdo que empecé a tildar las palabras cuando terminé la facultad. Ese verano me lo propuse porque no daba el título y no distinguir entre “paso” y “pasó”. Al día de hoy leo cosas de hace 4 años y me dan ganas de volver en el tiempo para sobarme la nuca. Soy así conmigo mismo, por eso banda de veces me quedo con una buena idea y me pierdo de una historia medio pelo mejorable.
Ni hablar de estructura tampoco. Muchas veces de facilista, otras de vanguardia (ja!) elegí la poesía porque es más laissez faire en cuanto a lo que se podría llegar a esperar de la forma. Soy un desastre para planificar una narrativa. Y lo peor es que bocha de cosas se me presentan para cuento corto. Supongo que en algún momento me voy a dignar y ahí sí ¡Agarrate Catalina!
Para Junio de 2030 me propuse sacar un libro de narrativa mixta, mezclando la tradicional con poesía. Un poco porque lo merezco, otro poco por la boludez del árbol y el hijo. Dos de tres supongo que es negocio. El árbol ya lo planté hace rato.
Quería escribir un poco con cierta honestidad consciente. Una vez en teatro me dijeron que un buen recurso es blanquear cuando hay cosas que cuestan. Bueno, ojalá que le encuentren alguna utilidad a esto. No es tiempo para textos largos y agradezco que hayan llegado hasta acá. Quería hablar de uno a une porque de vez en cuando siento que me hace bien salir de la performática para ser yo.
Un abrazo gigante y gracias por leer, hace bien a los corazones.
(una hora veinte, no está nada mal)