
Horacio salió del baño con la remera blanca vomitada, se sento en el escritorio y con las últimas fuerzas antes de quedarse dormido, escribió:
llegué temprano de nuevo, después de 40 años caminando el desierto, con los pies llagados de patear por alfombras de cuarzo. Te miré a los ojos y estabas bien. Habitaba la duda en tu mentón partido y te obligaba a hacer gestos extraños cuando mentías, pero estabas bien. Sólo que no lo sabías.
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