[Tratado sobre el tiempo] 16-6-19

Afuera llovía con destellos de una temerosa intensidad. De la misma forma copiosa que hace días inundaba las calles de la Capital. Acevedo comprendió en una serendipia repetida que iba a ser otra noche de quedarse adentro escribiendo.

Envió un mensaje para cancelar una salida y, mientras se disponía a abrir un bloc de notas, de la esquina inferior derecha se asomó una notificación que lo dejó pensando.


Era un link a una nota de un diario de dudosa reputación, de las típicas notas que Google te regala para que no te aburras, con ese conocimiento de gustos culposos que tiene un amigo de toda la vida. Cosas que se comparten para explotar el debate con una exclamación totalizadora del estilo de “Borges era un facho”. El titular decía:

“Neurocientíficos del instituto tecnológico de massachusetts proponen teoría según la cual la conciencia dura 14 segundos”

Esto es incomprobable, a ver… —se dijo.

En efecto, tras revisar el paper donde los científicos exponían a un gran número de personas a una serie de experimentos que tenían que ver con pruebas psicométricas y electroencefalogramas, llegó a la conclusión de que tenía sentido.

Una activación cerebral proyectaba un eco que se reproducía como patrones en posteriores activaciones rastreables en un span máximo de 14 segundos. Ésta red memético-neurofisiológica daba lugar a lo que el hombre entendía como “El Ser”.

Divertido se preguntó qué hizo en los últimos 14 segundos. No lo recordaba. Cerró los ojos y puso la mente en blanco. Se aisló durante un momento de su dasein eterno y los abrió de nuevo. Contó 14 elefantes y se quebró.

La conciencia dura 14 segundos, tranquilo.

Se desdobló en hacer un acopio apurado de recuerdos para llevarse a su próximo sí y en despedirse de su sí ya vetusto. Pensó a su vez con una libertad inusitada, podía ser lo que quisiese. Sentía ansiedad de olvidar cosas necesarias para el viaje de atravesar las transformaciones que los diversos momentos al desaparecer iban dejando a su paso. Como un entramado que se retroalimenta, cada experiencia en forma de atención al gusto, al aroma, al sonido, a la luz; lo fue abrazando al paralizar cada percepción por fuera de ese corto periodo de tiempo.

¡Pawn!¡Brutal! Absolutamente todo lo que creía ser se abrió en un paréntesis de realidad de apenas 14 segundos.

Sólo pudo estar seguro de qué era en ese segmento y nada más. El pasado lejano que se extendía por fuera del encierro de “Estar” se difuminaba en recuerdos encubridores, en posibilidades que se achicaban a una probabilidad ínfima en relación al basto universo multidimensional de la existencia. Era como si hubiese entendido el 42 como si de un chiste mal contado se tratase. ¿En realidad pasó que alguna vez leyó un libro que suponía que el sentido de la vida era el 42? ¿O era su self inventándose un trasfondo que le permitiese sostener la estructura de su self?

Se permitió experimentar con la idea un poco. Los próximos 14 sería embajador de Francia en una misión diplomática. Ahora sería un sujeto vil que disfruta de ver sufrir animales y de los programas de chimentos. Ahora amaría durante un momento y para siempre, sea lo que signifique eso, a una mujer que le compartió una tarde y un par de confesiones. Ahora sería un magnate del pochoclo. Ahora un loco. Ahora el orgullo de sus padres. Ahora un escritor. Ahora un preso. Ahora…

Le llegó un mensaje. Del otro lado había comprensión y deseo de encuentro uno de estos días porque “hace rato que no te veo y te extraño”. Qué sensación disonante, aún en la empatía. Miró el reloj y habían pasado apenas unos minutos. Agarrándose del cuello sintió el peso de tantas vidas y escribió en el bloc de notas:

“De la neblina surge la punta de la lapicera
escribe con trazo fino la fragilidad de lo que somos
con la leve esperanza de perdurar en la cadencia del presente”

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