Partamos de la base que ya no soy yo. Necesito esos movimientos que me llevan a perder de a poco las pieles que me envuelven y me hacen persona. Necesito, y repito, de cada centímetro cuadrado de la piel para tatuarme a fondo tus ojos alegres para no perder el sentido de la realidad. Me convierto en un enfermo por esto. Soy un loco. No entiendo de razones lógicas por lo que dura este delirio eterno.
Me avergüenza aceptar que no puedo ser sin probarme, sin pararme al lado tuyo y sentirme más chico o más grande. Temo olvidarte como ya olvidé tantas cosas, a riesgo de convertirme en una mota de polvo que se va por la ventana. Incorpóreo, transparente, invisible. Siento que todo se torna frustrante, porque el mismo ejercicio de recordarte va borrando en cada momento otro detalle imprescindible para que el plan llegue a buen puerto.
No hay plan Horacio.
Nunca hay plan.
Hay suposiciones.
Hay aproximaciones.
Hay intentos de capturar la realidad en una hoja.
Una necesidad con fuerza vital y definitiva.
Viva por ella misma, que pelea por ser un mapa.
Con dimes y diretes de terceros seguros de sí
Que gritan a los cuatro vientos que conocen la verdad.
Pero me manejo con la impunidad de las estrellas, cubriéndome los rastros. indetectable, no-perenne y cuántico. Práctico como el lenguaje, me convierto en un universo de significados. Temo morir sin haber vivido lo suficiente como si la muerte fuese un borde. Al mismo tiempo soy tan débil, con mis manos de carne y hueso; y mis pies apoyados en el suelo.
Quiero pertenecerte como las cosas a los espacios. Quiero ser tuyo y que me abraces llena de ternura. Quiero perder la sensación que me agarra en el pecho cada vez que miro para adentro y encuentro infinitos pasillos de hospital. No hay una base ahí adentro, no hay un punto de partida, todo es profundo y oscuro como esos espacios abovedados de las historias de terror.
Todo angustia.
Ahí adentro todo es angustia.
Es como el infierno personal
Es un cuartito de pepa que pega mal
Es no tener para pagar el alquiler
Un cuadro con humedad y hongos colgado de la pared.
Nadie me extraña ahí adentro y hay olor a velorio.
A nauseabundas flores podridas y despedidas.
intermitentes ganas de vomitar reflujo y veneno.
Me meto a bañar vestido cuando me pasan estas cosas. Para que la ropa me pese sobre el cuerpo, así siento los límites y los contornos. Para convencerme de que todo va a estar bien y que la camisa no es de fuerza. El hambre pasa por otro lado, ni me mira. Así los hombros se me desarman y pierdo los brazos. Me meto a bañar vestido y espero que me lleve el vapor agobiante. Hasta enciendo un cigarrillo para ser un poco más digno de la escena. Soy yo, vestido y empapado.
Corro por la habitación golpeando las paredes, cabeceando las puertas del ropero, mordiendo los cables de la televisión, pateando la mesa de luz y salto de panza sobre ella. Corro extasiado del mismo veneno que me alimentó de chico.
No hay ningún tipo de amparo. Esos días no existen los techos ni las paredes. Todo es dos centímetros de desierto y el resto no importa. Partamos de la base que nunca hubo un punto de origen y esto soy yo, envuelto en el vagabundeo de los lunes.
No quiero ser triste
No quiero ser un gris
que vive de ansiolíticos, terapia y estimulantes.
no quiero llegar al viernes con el agujero
quiero la libertad de respirar sin que me pese
de sonreír con motivos y honestidad
quiero la sonrisa de vuelta y más grande
no quiero tener que sobrevivir.
No quiero ser triste.