Hubo como una especie de momento en parque Las Heras donde todo se quedó quieto. En la noche abierta, entre el quilombo de las avenidas, sentí la primera gota que anunciaba una tormenta. Me apuntó a la frente y le dio un seco que me hizo temblar hasta los huesos. El cráneo se hundió bajo el peso mojado del proyectil. La piel hirviendo por la presión de la gota se contrajo como un diamante.
Fue en ese mismo momento que el mundo dejó de moverse. La gravedad se quedó dormida y no hubo más Río de la Plata, ni vientos, ni transeúntes. La calle dejó de ser calle para convertirse un montón de cemento junto y las relojerías perdieron todo el sentido de ser. El universo se estremeció expectante del choque con la molécula, como aquella primera vez que vio fuego, o como cuando escuchó hablar de que el hombre había llegado a la luna.
Juro que ese momento le aportó más al concepto “espiritualidad”, qué cualquier religión del mundo. La realidad fue un sistema inerte en el cual se proyectó un único nivel de orden. Las cosas se alinearon con las ideas porque se dieron cuenta que no había otra manera de percibirse, que la diferencia era estética, pero también era estúpida. El movimiento sufrió la dictadura del ahora. La música dejó de narrar historias y fue pragmática. Todo fue una nota permanente como un mazazo, como una lluvia.
¡Qué pedazo de instante! Tan enorme fue ese segundo que prendió fuego la constitución y me sumergió en la clandestinidad de ser un desterrado de la realidad. Fui paisaje y vibré en lentas convulsiones con las copas de los árboles. En ese momento las viudas hicieron huelga y dejaron de llorar. No existió el hambre, ni el sueño. Los sombreros dejaron de volarse rebeldes y se estaquearon en el pasto junto con el deseo y todas sus pequeñas muertes.
Solo hubo tranquilidad. Impune tranquilidad por todos los rincones. Haciendo cuartel y cola de espera, a borbotones, como una piñata de diazepinas. Las cosas se llenaron de ganas, supuraron potencialidad de cada poro, de cada grieta. Todo tendió hacia algo: el caminar de la gente, el precio del bitcoin, mis ganas de girar la cabeza. El contexto se precipitó como si el paso del tiempo fuese el siguiente paso lógico pero no. Como si sólo fuese cuestión de mandar la orden y disfrutar del devenir, pero no. Estático, todo fue plenitud.
Hoy escribo porque hacía mucho que no me pasaba esto. Dos vidas si mal no recuerdo. Siempre se agradece revivir este tipo de experiencias. Al fin y al cabo, es esencial tener un momento para parar el tiempo, tirarse en el pasto, mirar el cielo y olvidarse de todo lo demás.