Se le accidentó la noche, cuando se levantó del piso ya era de día. Iba montada en el brioso corcel de los escritores que escriben barroco para reírse de si mismos hasta que de pronto se le atravesó el tiempo y ¡Pum! El desastre.
Él, mientras tanto, iba corriendo la silla y la maquina de escribir para que no lo toque la luz. Sentía en las tripas cómo el ácido gástrico tomaba mate amargo. Sonreía con el paso de los versos cortos, presionando maníaco las teclas, y se frustraba cada vez que tachaba o sobrescribía.
En los días anteriores, le había estado dando la vuelta a esto. Cuando tenía un ratito de la vida pensaba cómo mutaba el lenguaje, cómo se estructuraba, cómo se hacía mierda constantemente y se sobrescribía. Hacía semanas, por ahí meses, que no encontraba un momento para sobrescribirse.
Más tarde, al sentarse, se prometió desconectar el teléfono y sentir que tenía mil años por delante.
El tiempo pasó rápido y se la llevó puesta. La vi huir hacia el oeste prometiendo que no iba a tardar, que volvería, que traería alfajores. La noche desaparecía una vez más.
Iluminarás, mi sumisa noche
y tocarás tambores de guerra
serás el pecho que me alimente
y las raíces que quiebren la tierra
Dormiré sobre tu vientre
cuando ardan furiosas las cortinas
bailarás el ritmo de mi ritmo
la danza del último de los días
Veremos a marte tropezar del cielo
las calles sometidas al sopor rojo
de la soledad y la convivencia
de los 3 meses que hace que no cojo
Será tan fuerte el encuentro
que cesarán su trabajo los escribas
mirarán al cielo obnubilados
la declaración de la victoria decisiva
Te subiré sobre mis hombros
y me calentarás la espalda seca
serás mi frazada y mi alfombra
mi entramado, mi aguja y mi rueca
Finalmente descansaremos, mi noche eterna,
ovillados entre las sábanas.
Nos reiremos del choque del tiempo
sin siquiera pensar en la mañana
Sobre las últimas horas de la tarde lo despertó por el este. Le había dado la vuelta a la tierra. Sin resquemores de cansancio. Inmensa y abarcativa como un arnés de cuero negro, la noche atravesaba el umbral de la puerta mientras él la recibía salvaje, con los brazos en alto.