¿Por dónde empezar?
¿Por la ignorancia del viajero?
¿O por la somnolencia del exilio?
Siendo las 7 de la mañana, Horacio se funde en los dominios del sueño explorando con deseos de encontrar reparo del fuego que cubre la habitación. No es que el fuego no lo asuste, está arrinconado y es cuestión de tiempo. Otra noche de pretenciosas ganas de escribir una historia que de vuelta la página. No hay resultados. En su fuero interno invoca con fuerza la presencia de un plano ideal con superhombres y matafuegos. Le explotan las alas de volar por la ventana como si fuese víctima de polvo de hadas, o así lo imagina. Y duerme.
Se me es imposible no caminar doblado.
Cómo no estar contrariado por tus colmillos
si sonreís con la ligereza del aguanieve.
Etérea, liviana, brillante de luz de luna.
Con qué ligereza nos soportó la baldosa,
cómplice, de los inciertos pasos de baile,
de ese movimiento interno de las mariposas
que se dejaron llevar por golosinas.
Qué bueno haber sido tu micro clima
como una pequeña habitación a cielo abierto
haberme tentado en la búsqueda
de lúdicas cosquillas fugitivas
¡Quedémonos acá! seamos parte del paisaje:
un banco de plaza, los pajaritos, la música.
Porque las palomas nos tiran mensajes
nos dicen de volver, de uno, de la forma de estar.
¡Quedémonos acá! Somos reyes secretos.
Decretemos que el tiempo no pase.
Aunque esta lucha no tenga revancha
Tenemos al viento y al rocío de testigo
El clima se quiebra por la música del despertador. El dentífrico es el producto más artificial que puede encontrar uno al despertarse. Es fresco y metálico. Violento. Horacio se halla en el oscuro reflejo del espejo. El fuego es ceniza y humo que tizna hasta el último centímetro cuadrado de la habitación. En el centro se despide la cama, alejándose ortiba. Cae la noche de nuevo.