[Tratado sobre el olvido] 13-11-19

La vida es eso que transcurre entre olvidos. El otro día olvidé toda mi colección de recuerdos de electrónica elemental. Quise hacer unos arreglos en el techo de casa y me ligué una patada de los cables mal encintados. Al toque caí y volví a mí. Me sentí vivo y potente. Inútil con las manos, pero con espacio para seguir llenando de esto. Fue borrar y sentir cómo se agolpaban en la puerta del lóbulo temporal un sinfín de miércoles de lluvia, de cigarros mal prendidos, de poemas de Borges. Obnubilado y tripero me apoyé en la escalera. Seleccioné con meticulosidad con qué me iba a quedar y descansé hasta que se asentaron esas cosas sin importancia.


Es como si mi cabeza se volviese un terreno fértil para la represión. Muy tarde, cuando me entro a bañar explotado de cansancio, con el vapor aflojando las mucosas de los pulmones, aprovecho para recorrer la memoteca. Son esos momentos que me dedico a mi mismo. Onanismo melanco en su máxima expresión. Es la paja de los hombres malditos de mala memoria. Reviso las estanterías con ojo escrutador. Hago mierda los polvorientos archiveros al mismo tiempo que el agua se escurre entre mis vericuetos. Me ahogo y uso el mínimo esfuerzo de concentración para cerrar la boca y degusto cada vino que probé. Corro como un animal salvaje por los pasillos llevándome puesto cajas de información mal etiquetada. Aprovecho el impulso y juego con la sección de “ver más tarde”; a veces me cruzo con información vital como la forma correcta de hacer unos huevos poché.


No me desanima entender que el sistema no tiene cierre. Que todo es absolutamente prescindible si el momento no lo merece. Que probablemente sea un hoarder de giladas. ¿Para qué quiero saber la nosogenia de la psicosis lacaniana si estoy tratando de arreglar el auto al costado de la ruta? Cuánto me gustaría tener la posibilidad de tener el manual de instrucciones. Todo acomodadito, con el diagrama de giro de un árbol de levas y la forma correcta de medir la luz de válvulas para hacer arrancar esta cosa. Pero no, recuerdo que lo olvidé en pos de “cebar mates con una mano” y la forma correcta de “jugar con una moneda como los magos de hollywood”.


No es que me arrepienta, es que la vida te exige una destreza que no dispongo. Estoy escribiendo esto para no olvidar la reunión de mañana. De dar el salto de fe. De sonreír en los momentos incómodos. Hago malabares de saberes para que todo entre. Para que no sea necesario exprimir los espacios y los llamados.


Cada vez que olvido es un llamado a la realidad. Un parate entre hacer las cosas de forma automática. Cuando olvido estoy más vivo que nunca.
La vida es eso que transcurre entre olvido y olvido, pero es en el olvido donde recuerdo que tengo que vivir.

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