[Tratado sobre el reflejo] 11-4-19

Las lenguas no se tocan.

Se interpreta que con el paso de los años los traductores no hacen más que mejorar sus traducciones de los idiomas en los que se especializan. El entendimiento sobre el cambiante campo de la comunicación se fue afinando lo suficiente como para poder cristalizar determinados usos comunes a favor de un diálogo fluido donde las dos partes pueden disfrutar de las representaciones y las metáforas como si hubiese una verdadera conexión. Nada está más alejado de la realidad que esto. Es de público conocimiento aunque infinitamente negado que la comunicación es un acto netamente ilusorio y que la lengua es un mero acercamiento a un “intento de transmitir una idea”.

Justamente anoche, a eso de las tres y pico, luego de haber intercambiado opiniones con un amigo de manera frustrante, encontré un ejemplo que despertó en mi interlocutor una consigna que me permitió demostrar el punto. Ojo, que no se malinterprete: el acto comunicativo, si bien falso, es pragmático.

Estábamos hablando de libros que habíamos leído hace algunos años y de cómo cambiaron nuestras percepciones al releerlos. Entre flashes de formas de ver las cosas, recordé una frase de Rayuela, a través del personaje Oliveira. En uno de sus soliloquios mentales propone que “En el fondo no hay otherness, apenas la agradable togetherness.” Y lo hace de una forma que ninguna palabra en idioma español se ubicaría en los lugares de “otherness” o “togetherness” ya que no hay una otredad que represente para alguien que vive a miles de kilómetros lo mismo que significa para nosotros ese otro. Como si el tipo encontrase un significado específico atrás de esas letras. Ojo que no lo pienso como una cuestión geografica o topografica. Para mí es una cuestión tropográfica. Para el inglés que se levanta a la mañana en Worcestershire y corre las cortinas preguntándose que será del otro, nada tiene que ver con nuestra cálida y húmeda otredad de tangos, café y telarañas; ni tendrá un equivalente en inglés, al cariño que podemos encontrar en la juntosidad de los domingos en la plaza tomando vino en cartón con los pibes.

Esos lenguajes que buscan su reflejo del otro lado, en su otredad, se mantienen mínimamente distantes como dos raíces que se encuentran, punta con punta, debajo de la tierra sin ser el mismo árbol. Una distancia que por más esfuerzo que impriman los músculos de la lengua, nunca van a encontrar un nivel de significación compartido, único, exacto.

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