Quedate por favor, quedate y escuchame.
No te das cuenta lo loco que es oír las sirenas por la ventana, anunciando la necesidad de visitar la asolación. Esto es tan raro, tan atípico.
Desde la visita al Parque Centenario que me doy cuenta que debo evitar las plazas. Quizá sea por la inmensidad de los espacios o de la situación, que hace que tienda a los replanteos. Pasa que viví cosas que me lastimaron banda y aprovecho la sentada frente al escritorio para abrir el pecho y desparramar un poco lo que hay dentro. Te juro que podría escribir una ópera a las decisiones equivocadas, pero es cuestión de mirar alrededor y darme cuenta de lo necesario que es cierto tipo de arte en este mundo.
Fue cuestión de que nos asustaran un toque para que la gente corriese a abrazarse a los recuerdos, a los discos preferidos, al pequeño montoncito de esperanza que admirar un cuadro puede generar. Todo esto salva vidas. Cuando la parte de afuera se achica, solo queda mirar para adentro.
Una vez miré para adentro. Me encontré con pasillos eternos con grandes arcadas sosteniendo techos abovedados. Parecía una ciudad de esas que Calvino pintaba en sus libros.
Pasó mientras tomaba café. Me deleitaba con tu voz extraviada haciendo eco por los rincones. Ésta me alejaba del dolor punzante de una realidad confinada a 40 metros cuadrados de suerte. Habiendo tanta gente en las calles a la buena de un dios muerto, yo y mi egoísmo buscábamos la forma de entendernos sin que la angustia nos coma en dos bocados. Tendrías que habernos visto: Las ratas caminaban entre nuestros pies y por más que pataleásemos no había forma de evitar el roce con las pieles peludas, los dientes afilados, las colas latigueantes. Por momentos la desesperación nos carcomía pero éramos conscientes de que al final del pasillo había luz. Seguíamos caminando, apretando los dientes, ciegos de fervor. No era momento de tirarse a dormir, de entregarse al cansancio. Había que continuar.
Luego, los momentos se sucedieron como balazos. Corrimos bajo la nieve esperando que haya algo y que no sea todo un invento del sinsentido. Al final nos encontramos bajo los haces de la luna aterciopelada. Lo que creímos imposible fue una brisa refrescante. El desapego. Hallamos en la perseverancia una fogata que nos confinó a un lugar de privilegio, porque era propio del enajenamiento del cuerpo la fortaleza del espíritu.
Quizá no me entiendas, a veces me pongo críptico cuando hablo de lo que se halla al final de la búsqueda. Lo hago para no espoilearte. Pero te prometo que todo esto tiene una lógica última que vale la pena. Todo esto es el sentido.
Ahora sí, andá y date la oportunidad de seguir buscando.
“…I shall be telling this with a sigh
Somewhere ages and ages hence:
Two roads diverged in a wood, and I—
I took the one less traveled by,
And that has made all the difference.”
Robert Frost.
Esa luz ,al final del camino …
Qué maravillosa ,cálida que nos guía ,que nos hace ver,reflexinar
sobre momentos vividos Cosas ,situaciones, como cuadros de una vida transcurrida y aveces ,sin sentido alguno