Miramos el cielo esperando que cayera la primera gota. Mi foco estaba en la inmensidad pero mi atención se escapaba de reojo. Que estés de pie, a unos metros de mí hacía que todo sea más perverso y más fácil. Recuerdo que sentía que estaba haciendo lo correcto, como si hubiese un factor moral en todo esto. Como si dios existiese y me diese el visto bueno.
Quizá había sido una de las charlas más difíciles que habían tenido en sus vidas. Mirarse a los ojos para darse cuenta que si no imprimían una distancia que los separe podía dejarlos en una situación prácticamente irreversible. Habían proyectado futuros envueltos en condicionales que los ubicaran en el presente. Era probable que no volviesen a verse. Las cosas habían cambiado infinitudes desde que les cayó la ficha de que se llevaban bien pero no lo suficiente. Tenían un reborde de miedo que hacía que la distancia no pareciese tan ancha. Se repelían a fuerza de voluntad, si fuese por los cuerpos se unirían como dos imanes, entrelazando las partículas como si hubiese una matriz suspendida en un punto medio para todas esas partecitas. Ambos entendían que no convenía por ningún lado.
Vos tenías tu pareja, a mi me condenaba la libertad. ¿Sabés lo que es acordarte de que podés hacer lo que vos quieras? ¿Que sos mayor y podes tomar tus propias decisiones? ¿Que en el fondo nada de esto importa, que la sociedad es un constructo y que estamos solos? Estamos solos.
Pasaron unos minutos hasta que la lluvia silenció todo. Realmente se había largado con bronca. A lo lejos se escuchaban las sirenas pero no alcanzaban a interpelar la tensión del breve movimiento que los alejaba. Estaban quietos pero la barra de progreso se iba llenando a medida que las calles se inundaban de nuevo. Ya volvían a ser desconocidos.
Esperábamos el dramatismo del momento, con la lluvia y los truenos, con el agua limpiándonos de todas esas cosas que nos habían lastimado. Necesitábamos de ese momento y juro por los dos que en algún punto no nos creíamos lo definitivo de la decisión. Por lo menos yo negaba rotundamente que las cosas iban a cambiar.
El cielo se encendió en un refucilo y se tensaron los hombros. Estaban quemados del diálogo y la discusión y el diálogo y la rigidez de las mandíbulas. No lo sabían pero en unos meses tendrían espacio para pensarlo. Alguno agarraría el celular y pensaría en mandar un mensaje. Otro le prometería a alguien que dejaría de pensar y actuaría más, bajo los efectos de una botella entera de campari en el organismo. La incertidumbre sostendría esa distancia con la convicción que tienen los ex fumadores para contenerse de prender un pucho en una noche de fiesta.
El rato posterior pareció eterno pero fueron 12 minutos y 36 segundos, los conté. Diste media vuelta y te fuiste. No podría haberlo hecho, tenías que ser vos. Por una milésima de segundo quise llorar, reír y correr a los gritos sin saber que hacer, si saltar del balcón o pedirme un uber para irme bien a la concha de mi madre. Estuve 7 años parado en ese balcón. De vez en cuando miro para adentro y puedo sentir la vista desesperada buscando la lluvia.