[Les Descendants] 25-7-16

Suena y resuena. La mano toca el teclado con miedo. Esa costumbre de dejar de escribir en papel para que el plástico pase a ser intermediario de un intermediario un poco mas sílice que la sangre mate que nos aporta una birome.

Se detiene a deleitarse en cada punto, en cada coma, en cada punto y coma; el escritor precisa de los fantasmas, de la música y de otras vicisitudes cotidianas para poder escribir.
 
Creaciones momentáneas son imposibles de hacerse ver detrás de la mano del que escribe, de a poco va seleccionando (o es seleccionado acaso por) ideas que energizan sus dedos con fines inciertos. lamentablemente, el tiempo es anfitrión de distracciones, los amigos hablan por encima y el escritor gira la cabeza buscando la idea que se le escapa intentando cazarla con redes mnemotécnicas o seducirla con asociaciones presas de una libertad que nunca llega. Hay un amor dando vueltas por ahí, que empuja por la borda toda posibilidad de escribir por lo que siente, una curva sinuosa que lo imposibilita a seguir una colectora recta: teorías, autores, ciencias, artes, magias, historias, certezas, dogmas, axiomas.
 
 
“Los dioses mueren todos los días” escuche en la calle mientras pensaba con qué iba a rellenar esta hoja en blanco. Me dejó pensando. Hace unos años se me presentó una frase con una fuerza ruin, “El primer Dios herido es el padre”… nada de boludeces lacanianas de padre, un-padre, el-padre… mi pensamiento quiso ser más pragmático. Cuando tenía 4 años en el jardín de infantes mi papá le ganaba a todos los papás de todos mi compañeritos, porque más viejo, porque más guapo, porque más alto (mentira, mi viejo siempre fue petiso), porque era más grande, porque era más fuerte…. mi viejo era para entonces ese dios titánico que me regalaba y me criticaba, imposible de discutir, con fuerza en la voz y decisión en el voto… después vinieron secuencias turbias, mi compañero de banco heideggeriano “El Tiempo” consiguió tocarlo con la punta de la lanza, ¡y estirando el brazo, encima! pero lo tocó… ¿que Dios es digno de llamarse Dios una vez que sufre una herida?
 
 
El tiempo deshizo lo que había creado, dejando ruinas de colosos fertilizando tierras donde crecerían nuevos pueblos, de los jardines a las salas y de las salas a las aulas y de las aulas a las universidades y de las universidades a los hospitales o a las fábricas. Uno aprendió a medirse a golpes de vida con ese dios ahora vuelto humano, descreyendo de religiones, compitiendo, cooperando. Viéndolo luchar por volver a ocupar el papel (ahora más ficticio que nunca) de ser supremo. Uno se encontró, de pronto, buscando baches experienciales, para con retazos de la piel de un cuerpo nunca del todo suficiente, intentar taparlos. De los frutos de la tierra abonada por el musgo crepitante nacido de la frontera de ese dios y todo lo demás uno se alimenta, digiere y expulsa; busca inventar herramientas para poder existir en este mundo, tallar la piedra hasta hacerse un lugar. Un lugar como cualquier otro, un lugar como Dios para otros hijos.

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