Padre, he pecado.
He dejado que las olas del pasado me remonten como un barrilete en la tormenta.
He perdido el camino que mis huellas fueron formando con el paso de los años convirtiéndome finalmente en un producto no retornable de la sociedad en la cual formo parte.
En estos últimos días, me he encontrado en la desesperación irrisoria de aquellos que no encuentran su hogar y he decidido naufragar en un mar de impulsos, ofreciéndome bobo a un destino que no es mío, si no de lo del afuera.
He pecado de mil maneras diferentes, irreflexivas, de un tirón como lo hacen los niños que temen caer del borde del mundo. Lo hice para el disfrute del egoísmo, por el placer de ver crecer las flores, de sentir el beso en la mañana, del contacto continuo con lo inalcanzable.
He pecado al ir al trabajo, al quedarme en casa, al discutir sobre la solución, al pedir que me quiten las pastillas, al dudar de la salud de los dioses.
Me encuentro abarrotado de sentimientos, padre. Me hallo ofuscado por el peso sobre los hombros que mis limitaciones cargan al ser humano. Escucho música por las tardes para que la noche me asalte tranquilo con sensaciones que no me corresponden.
Padre, he pecado por los hombres y mujeres que habitan este cuerpo ya que no soy yo cuando la marea sube. No soy nadie.
Peco en este momento al no arrepentirme de lo que cuento, porque en el accionar reside la potencialidad de lo que seré.
Puedo decir con felicidad que lo siento.